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18 de agosto de 2023 (06:25 CET)
Le privaron de acompañar a su amigo en el podio de los Campos Elíseos. Días después Iglinsky fue controlado positivo.
Pero Jacopo necesitaba volver a sentir la esencia de su ciclismo. La adrenalina de un sprint bien construido. Entonces llegó su etapa en Katusha. Los sprints guiados para Alexander Kristoff. El noruego ganaba, pero es que todo el equipo iba a las mil maravillas. Tanto que conseguían llevarle al sprint en carreras con otro tipo de desenlaces previstos. A él también le dieron sus oportunidades. Siempre apoyado por Marco Haller y Luca Paolini, sus hombres de confianza. Sin embargo, en 2016, un año antes de que Alpecin entrara como sponsor en el equipo, Jacopo se percató de que las renovaciones iban muy despacio. Algo le decía que era necesario buscar otra opción.
"¿De verdad te vas a ir a Francia, Monsieur?", bromeaban sus compañeros de entrenamientos. En aquellos años era raro ver a un corredor italiano en un equipo francés. Además, a Jacopo nunca le había gustado cambiar excesivamente de equipo. Pero se lo había pedido Steve Morabito y él le dijo que en ese momento escuchaba a todos los equipos. El corredor suizo le aseguró que allí, en la FDJ, estaría bien.
"¿Babbo, por qué se van esos señores, si se lo estaban pasando tan bien?", preguntó Adelaide. "Los mayores a veces hacemos cosas raras", se limitó a responder. Arnaud Démare era tan fornido como él. Incluso lago asemejado a la galantería de Mario Cipollini. De apariencia indestructible aunque, a veces, se debilitaba por dentro. Jacopo no se enorgullece tanto de haberle acompañado en aquel Giro donde cada sprint era una victoria de su compañero. Lo que le emociona realmente era sentirse con los galones para infundir ánimos en el autobús horas antes de un asalto. Era un motivador. Por eso, lo que nunca olvidará es aquella etapa 18 en el Tour del mismo año. Hasta ese momento no habían conseguido meter a Démare dentro del top10 en ninguna llegada masiva. La tensión crecía, pero aquel día, llegando a Pau, el equipo se dejó ver en cabeza. En los últimos metros, cuando Jacopo se apartó, Arnaud salió como un rayo. Jacopo vivió la victoria de su compañero como suya. Como la mejor de su carrera, aunque no levantara los brazos él.
Pero los mayores, a veces, hacen cosas raras. El año pasado de nuevo sintió la misma sensación que en su última temporada en Katusha. Las renovaciones parecían ser evasivas. Daba la sensación de que querían cambiar al grupo encargado de los sprints. Jacopo hubiese seguido un año más, no en la FDJ, pero si con Arnaud. "No te preocupes, búscate la vida, esto es así", le dijo el francés cuando supo que Jacopo correría en el Lotto el año siguiente.
"Babbo, en qué piensas, estás muy callado". Jacopo parece sorprenderse de la capacidad de observación de su hija. "Todo va bien cariño", responde. Aun es muy pequeña para comprender que, aunque está contento en el equipo, no está siendo un año fácil. De nuevo los resultados no acompañan. Y la espalda, aunque menos, sigue molestando. Pero Brocardo, su preparador, siempre le dice que se escuche. Que no se obsesione con ir al milímetro. "Hoy entrena un poco menos, mañana un poco más", le solía repetir. Y que se libere. Y, ahora mismo, sostener a su hija de la mano mientras juguetea en el agua con el Adriático murmurando bajo el viento es la mejor de las liberaciones.