Desde sus inicios en el ciclismo lo tuvo claro: quería ser "flandrien", como Van Petegem, su gran referente en la adolescencia. Tras 18 temporadas y más de 40 victorias como profesional, el campeón ol
7 de noviembre de 2023 (15:45 CET)
"No me he dado cuenta todavía de nada, esta semana ya he salido un par de veces", repite en un inglés que apenas deja escapar una pista sobre su origen flamenco. Se expresa con energía, rubricando cada reflexión en una sonrisa tan blanca como bien alineada. Sus pómulos siguen marcados en una tez morena madurada en unas cortas vacaciones que rubricó con al disputa de un triatlón en España.
El contraste a su estado de ánimo son los tonos grises que hoy se reflejan en las mojadas calles de Dendermonde, ciudad ubicada en la parte oriental de la región belga de Flandes. Los charcos se abren bajo la pisada firme de una silueta afinada. Pintan a un hombre aún enjuto, pero que ha caminado con fortaleza hacia una decisión tan difícil como necesaria para él.
A cinco kilómetros de allí, en Hamme, viven sus padres. La de veces que habrá corrido por allí pegado a un balón. Con los años dejó de hacerlo. Era raro que, con una trayectoria ciclista familiar marcada por sus abuelos y su propio padre no siguiera su estela. La primera carrera en la que probó salió bien. Su progresión no le fue a la zaga. El primero que se dio cuenta de que sería un gran profesional fue Marc Madiot, el Mánager de la Française des Jeux. Años atrás ya había tenido ojo para descubrir a Philippe Gilbert. Hablaron durante el Giro de 2005, pero finalmente Greg se decidió por el Lotto, al fin y al cabo era un equipo de casa y con un punto de mira más internacional.
Sobre su porvenir como ciclista, lo tenía muy claro, quería ser un flandrien, como Van Petegem, su gran referente en la adolescencia. O como George Hincapie, uno de los primeros americanos en pegarse contra el reinado de los belgas. Era consciente de que sus piernas se hacían más fuertes cuanto más larga era la carrera. Y él la quería de un día, totalmente alejada de las Grandes Vueltas.
Tras unos años en Lotto decidió firmar por el BMC, el equipo al que le dio casi todo el palmarés que posee. En 2011 se presentó al gran ciclismo con su victoria en la Paris Tours, su primera clásica. Sin embargo, tuvo que esperar unos años para que su nombre fuera tan nombrado como el de otros corredores que también marcaron una historia. Cuando él se presentó ante los grandes monumentos en piedra, eran Tom Boonen y Fabian Cancellara los que se repartían los triunfos. Luego llegó el turno para él y para su gran rival: Peter Sagan.
El eslovaco era un tipo opuesto a él. Tan bromista como acelerado en declaraciones disparadas en un acento particular. Pero era tan bueno como él. Siempre se respetaron. Aunque hablaran poco fuera de las carreras. En 2017, Greg estaba realizando una trayectoria prácticamente perfecta en cada semi-clásica preparatoria para el gran objetivo del año: el Tour de Flandes. Sin embargo, aquel día, Peter Sagan tomó una mala decisión. En su ímpetu por rebajar tiempo a Gilbert, que viajaba escapado, en uno de los muros decidió afrontarlo por la derecha, demasiado pegado a las vallas para evitar el contacto directo con los adoquines. Greg se percató de ello, pero no podía permitirse apartarse de la estela del eslovaco. En ese momento el jersey de un aficionado se enganchó en la bicicleta de Sagan que cayó el suelo arrastrando a Greg. La caída no fue dura, pero si lo suficientemente aparatosa para que tuvieran que renunciar a atrapar a Gilbert. Aquel día Greg llegó segundo. Se sintió el más fuerte en el día más frustrante de su carrera. Apartado del triunfo de una carrera que nunca ganó y que siempre serpenteará por las carreteras por las que entrena diariamente.
Pero la gloria, tan inesperada como justa, llegó una semana después. En el velódromo de Roubaix. En la salida, las preguntas de los periodistas no sólo le martilleaban a él. También se centraban en Tom Boonen, en su última participación en la carrera antes de su retirada. Aquel día Greg no pinchó, pero una caída en un lateral hizo que un corredor le embistiera, obligándole a cambiar de bicicleta. Kilómetros después, consiguió enlazar con el grupo de favoritos para, a 15 kilómetros de meta, comandar la prueba junto a Stybar y Langeveld. Juntos llegaron a un velódromo totalmente soleado, pero ralentizaron demasiado la vigilancia, lo que hizo que un grupo perseguidor les atrapara. Sin embargo, Greg lo tenía claro, la rueda de Stybar le debía llevar a lo más alto del podio de una carrera que nunca pensó en ganar.
Sin embargo, los buenos recuerdos a veces raspan de tanto tocarlos. Como si obligaran a tener que repetirlos. Greg sabe que lo que hizo fue algo fuera de lo común. Pero que a su vez fue consecuencia del trabajo bien hecho. Supo ponerse una coraza ante la presión de la prensa y simplemente puso en práctica un plan basado en una preparación idónea.
Años después, ha asumido que no siempre se puede estar al máximo nivel. Y que 18 años como profesional son más que suficientes. En su último equipo, el AG2R Citröen sintió que, a sus 38 años, aunque le gustaba competir, no había razón para hacerlo por inercia. Paradójicamente lo llegó a comentar con su inseparable rival. En 2023 Sagan y él se han peleado a cola de pelotón en carreras en las que, años atrás eran los corredores a vigilar. Ambos han decidido terminar con sus carreras a la vez. Greg eligió hacerlo en Francia, en la Paris Tours. Si la eligió era porque allí comenzó su idilio con las clásicas, porque fue la primera carrera en la que el gran ciclismo le respetó.
"No sé que hacer ahora, de momento disfrutar de mi familia y no perder la forma, aunque sea por pura diversión", reconoce. Aun no es consciente de que ya no es ciclista. Seguramente lo asimile cuando en diciembre no tenga la obligación de entrenar bajo la lluvia o cuando, en enero, no tenga que ponerse un dorsal.
Lo más bonito de un final es el abrazo más íntimo, el de una familia. Su padre consiguió que siguiera sus pasos. Que fuera olímpico como lo fue él en Moscú en el año 80. Greg lo fue dos veces. En una de ellas, en Río de Janeiro´2016 la victoria en la prueba en ruta cambió su vida, no ya como ciclista, sino como deportista reconocido en el mundo entero.
Hace unas semanas Greg se despidió de todo eso. Tras la meta de Tours habló por última vez de un lance concreto. De un pinchazo que le privó de un mejor resultado. Lo cambió por tener más tiempo con los suyos. Porque tras 18 temporadas trabajando duro ya estaba bien. Ha sido una despedida consentida. Sin traumas. Emparejada con una nueva vida que esta mañana ha comenzado pedaleando en silencio por carreteras de una prueba que nunca ganó. A cambio, la gloria llegó por multitud de otros lados hasta hacer de él una leyenda.